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Comenzó un ritual: sorber, remojar, morder y repetir. La masa, muy suave, ligera e impalpable, se fundía con la espuma de la leche en una unión perfecta. Para las chicas, este era el momento más preciado del día; cada mañana llegaban en masa, convirtiendo la piazzetta en un hermoso estudio de poesía y emoción cándida y desinhibida.